¿Ajo o fresa?
Le gustaba el sonido del agua mientras veía un paisaje de montañas. Le emocionaba la brisa fresca de una noche de verano. Le impresionaba ver a un metro las ardillas subir por el tronco hasta la copa y saltar de un árbol a otro. También le entusiasmaban los libros y los automóviles, las libretas y los cubatas, las reuniones con amigos y el sexo. Y especialmente la palabra.
Cuando yo le conocí decía repetidamente una frase que a mi me sonaba siempre llena de su propia experiencia y quizá de rencor... no sabría decir por qué: “No juzgues a nadie sin conocer su infierno”.
Seguía siempre diciendo que muchas personas creen que son mejores que otras y juzgaban a los demás sin conocer las verdaderas razones, los más hondos motivos para actuar de una forma u otra. De hecho afirmaba que a ese tipo de personas les daba igual los motivos, su única pretensión era percibir ese sentimiento de valor que te da el ver a un semejante fracasado, frustrado, adicto o caído y compararte con él: ¡Qué gustazo ser compasivo...qué bueno se siente uno!. Sin embargo, decía, olvidan que están desvalorando a otros para valorarse a si mismos.
Ramón era un ácrata quemado de tanto darse golpes con la realidad más dura. Estaba cansado de ver viajar la hipocresía por teléfonos y bares, casas bien y familias no tan bien, personas con seis caras, amigos y conocidos sonriendo por delante y despotricando por detrás. Por cierto a él le gustaba también el sexo por detrás...y comparaba siempre estas dos ideas riéndose a carcajadas.
Me caía muy bien este tipo, fue una pena que se cortara las venas.
¿Ustedes qué creen que fue un valiente o un cobarde con este acto?
Les contaré algunos detalles... decidirán mejor:
Nació sin dientes, calvo y regordete, cuatro kilos y medio de carne que no se mantenía en pie. Se crió con leche de pecho y Pelargón. Todo el mundo, cuando era bebé, le decían que dijera ajo-él no entendía- y al final dijo, después de repetírselo mil veces: ajjjo. Todos le rieron, le besaban y le abrazaban y gritaban: ¡A dicho ajo!. Así aprendió que si decía ajo todos le querrían. Se pasó la vida diciendo ajo, aunque en verdad a él le repetía. Lo que verdaderamente le encantaba era la fresa. Un día se cansó y dejó de decir ajo. Pensó y se prometió que nunca más diría ajo...a nadie. Empezó con su familia, luego con su pareja, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo y terminó diciendo fresa como concejal en el ayuntamiento de su pueblo. El resultado fue escalofriante, a partir de ese momento, se produjeron conflictos con todos. La mayoría lo rehuían y los más cercanos lo soportaban por aquello que decía Shopenhauer: “la compasión es el supremo principio moral”. Ramón no entendía como las mismas personas que decían quererlo y valorarlo, si no decía ajo, ya no le querían ni le valoraban. Llegó a la conclusión de que todos lo querían con la susodicha condición: decir ajo. Se cagaba en el ajo constantemente y se enfurecía hasta la ira cada vez que lo nombraban. ¿Cómo puede ser – se preguntaba- que tenga que cumplir con lo que otros desean para que me quieran?
Fue entonces cuando decidió no hablar. Sencillamente no dijo ni una palabra más a nadie. Solo escribía y escribía para él mismo. Le encantaba la palabra como ya les dije, de no ser por la escritura se hubiese vuelto loco. Pasó así más de ocho años. Durante todo ese tiempo su relación con los demás fue de mal en peor, la gente cotilleaba sobre él y cada uno contaba una historia diferente de cómo había llegado a ese estado, cada cual ponía su grano de arena, la más insólita que yo escuché fue ésta que les narraré a continuación, se la escuché a la madre de una amiga mía contándosela a una vecina: le contaba que “ya de niño Ramón era raro, demasiado bueno...se venía venir que acabaría mal, siempre cumplía con sus obligaciones en el colegio, en su casa, con los amigos...vamos un niño de esos que de tan perfecto una se da cuenta que algo malo tiene que venir. Una vez hasta lloró cuando se murió un patito que compró con mi hija para criarlo. Era un niño muy exagerado con las cosas, así no se puede ser. Vino lo que tenía que llegar se enamoró de una chica y fueron un año juntos y después lo dejó ella, imagina- ya te digo lo raro que era- como se lo tomó. A partir de ese momento fue como si le hubiesen dado la vuelta, como a un calcetín, del revés. Se volvió loco, hacía lo que le daba la gana, no estaba de acuerdo con casi nadie. Una vez se atrevió hasta decirme alcahueta. En fin un desastre de persona. Y lo peor fue cuando dejo de hablar. Su familia estaba preocupadísima, no les hizo daño ni nada, pobres”.
No llegué a oír más, aunque para mi fue suficiente, cuánta barbaridad y cuánta mentira. Al poco tiempo se cortó las venas, pero no murió, su hermano lo encontró a tiempo. Ahora está en el hospital y la compasión surgió de nuevo. También los comentarios. Todos pasaron por allí a verle, y a todos sin excepción les dijo ajjo. Fue su única palabra. Luego una sonrisa. Les daba la mano y un sobrecito con su nombre después de cada visita antes de marcharse, contenía una nota y una leyenda. La nota decía:¡Que te den por el culo!: ¡¡¡FRESA!!! Y la leyenda: “No juzgues a nadie sin conocer su infierno”.
¿Qué opinan ustedes fue un cobarde o un valiente o...?
Agosto 2007
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