domingo, 23 de octubre de 2011

Bautista



Cuando llegan la Navidades, al menos yo, rebusco en la memoria. Muy pronto un año  acabará y comenzará otro. Normalmente siento una cierta obligación de hacer un repaso al pasado, a lo vivido. Recoger del recuerdo lo hecho y corroborar que uno vive suficientemente bien y va  eligiendo su propio camino. Quizá buscando sentido. Y buscando y rebuscando trata uno de encontrar lugares y personas con las que uno ha vivido grandes, pequeños y especiales momentos. Hay nostalgia en todo esto, excúsenme si se la transmito.
Me recuerdo de niño buscando a mi padre el fin de semana a la hora del vermutico.  Supongo que quería formar parte de ese círculo encantado, entre cañas, gamba blanca y salada, sepia, huevas, clóchinas,  caracoles de mar, coronas de calamar a la plancha, chipirones y más gambas… al ajillo, junto a su numeroso grupo de amigos. Era un pequeño bar en la calle del Cid…en ningún sitio se picaba como allí. Quedó fijado en ese niño para siempre, como en una fotografía viva, todos esos olores y sabores, las caras alegres, los chistes, el méteme conmigo que no te voy a tocar. Muchas palabras, sonrisas, cachondeo, gestos y bienestar.
En el bar nos colocábamos muy pegados, unos pocos sentados y todos los demás de pié, la clientela llegaba incluso  al trozo de ventana que daba a la calle y gran parte de la acera. Fue siempre un local pequeño con mucho sabor.
Desde entonces nunca dejé de ir a ese lugar, construido en el día a día, mes a mes y año tras año, siguiendo las fiestas y las estaciones como en la vida misma. Cada vez que iba creía hacer un homenaje a la vida, por que allí se sentía uno muy bien, al menos yo, inundado de ese calor que produce lo familiar y lo cercano.
Como un director de orquesta,  entre todo aquel batiburrillo, de dimes y diretes, gritos pidiendo cañas y tapas, cachondeo, algún cabreo, risas, desencuentros y encuentros, detrás de la barra, Bautista, armonizándolo todo. Sabía perfectamente como dar una entrada, reír y llorar, hacer bajar la voz a quien se iba de tono, putada para el más cabrón, chiste para el que más lo necesitaba, silencios cuando tocaban, palabras cuando alguien no encontraba  a nadie afín o acudía solo. Sabía muy bien cuidar y respetar a los demás.
Lo demuestra el río de personas que a lo largo de los años pasaron por su barra: amigos y clientes. Muchos más de los primeros que de los segundos. Tuvo como cliente y amigo universal a Fortunato y a otros muchos ilustres buñoleros: el tío Rúben, Ezequiel, Cándido, Llorens, Paco Roca, el gran Aparisi con toda sus cuadrillas-de ellas fuimos muchos-, mi tío Vicente, Vitoriano, los Roca, los Ferrando y todos los amigos, el tío Eliseo(el relojero), Carrascosa(el tío Sorra), Teodoro y con él me permitirán recordar a mi padre como pareja inseparable. Y muchas, muchas personas más que acudían asiduamente por su local que por falta de años, de espacio y de memoria no nombraré. Seguro que muchos se recordarán o recordarán a los suyos. Por supuesto, toda la familia de los Caberotes –que son muchos para nombrar-. Generaciones completas bebimos, comimos y disfrutamos en la Viña o en los Caberotes(a cada uno como más le guste). Un lugar de culto para todos aquellos que teníamos y tenemos debilidad por la gola. Todos los que por allí pasaron tenían algo de peculiar, incluso alguno, mucha malasombra.
Bautista estuvo allí siempre, todos los días de su vida, esperando a esa persona que iba en busca de  sus favores. No quiero olvidar a su madre y después a Irene, sus tesoros particulares. Y los nuestros, aunque algunos no se percataran por estar en el segundo plano: la cocina.
Hay personas que en su día a día dan mucho a los demás y quizá no nos damos cuenta. Personas que construyen momentos imborrables en la memoria, sin grandes ni engorrosos movimientos y sin llamar la atención, sin famas ni grandes descubrimientos. Sin duda, Bautista fue un ser humano de esos que no se olvidan, capaz de estar en las fotos emocionales de muchas personas. Un ser peculiar, sagaz y sensible que desde detrás de su barra conseguía dar a cada uno lo que necesitaba…
¡Bauti… una de ajillo, huevas y dos cañas!
Entonces cogía dos vasos con una mano y con una maestría-paciencia que solo pueden dar los años, abría el grifo de cerveza el Turia y sin caer una gota y con la espuma en su punto nos dejaba caer las cañas encima de la barra, después de un corto paseo a la cocina volvía a darnos conversación y compañía. Así comenzaba el rito…
La verdadera historia se construye así con pequeños momentos vividos a lo largo de los años y entre generaciones. Pero son esos instantes y esas personas que construyeron estos especiales lugares de encuentro los que nos ayudaron a relacionarnos, aprendimos comiendo y bebiendo, charlando y riendo. Crecimos entre ellos y nos convertimos en lo que somos. Desde aquí, gracias a todos, especialmente a Bautista, que junto a sus tesoros, supo ser el protagonista de una película real creada desde  un pequeño bar en el centro de un pueblo que cambiaba año tras año. Generó una parte de la historia de nuestro pueblo y sobre todo un río de sentimientos que nos impregnaron a todos.
Bautista fue una persona sencilla y muy entrañable y un gran ser humano que muchos nunca olvidaremos.
Sean estas palabras un homenaje a su genio y a su figura.

Diciembre 2007

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