domingo, 23 de octubre de 2011

Cerca de la felicidad



¿Todo está demasiado amanerado, no creen?.A veces tengo la sensación de todo lo que vivimos a diario está demasiado amañado. Incluso nuestros propias emociones y deseos parecen construidos desde el exterior, desde un mundo imaginado por unos y seguido – no sé si elegido- por todos como el ideal común al que debemos tender. Creando una necesidad que en realidad solo existe en la comparación de vivir como los demás, de buscar la identificación social, y a la vez, la necesidad de marcar una cierta diferencia, con la intención, de conseguir ser un poco distintos y quizá admirados por ello- nuestra identidad-.
Una gran paradoja: por una parte necesitamos sentirnos como los demás y por otra, nos exigimos superar esa identificación para que se nos reconozca como individuos socialmente correctos. En general, por alguna superficialidad: el coche que tenemos, el estilo de ropa que usamos, los bienes que poseemos, nuestra edad, la ideología, nuestra religión... y además, en el peor de los casos, sentirnos mejor que los demás por ello. Menuda estupidez... y parece tan necesaria...
Necesitamos convertirnos en individuos, ser uno mismo, sin  manipulaciones y condicionamientos provenientes de los demás. ¿ Me querrán si soy como soy o si soy como quieren que sea?
¿La realidad siempre supera a la ficción?. No seríamos capaces de imaginar, ni siquiera en la más rebuscada ficción, qué cosas somos capaces de hacer los seres humanos por marcar la diferencia y buscar el amor de los demás y la tan ansiada felicidad, en busca de ese individuo atrapado por el que dirán: escribir, pintar, interpretar, cantar, idolatrar, creer más que nadie en alguna ideología; vestirnos, peinarnos o uniformarnos, con la intención de pertenecer a un grupo que en la mayoría de casos se cree en posesión de una verdad inmutable – qué ignorantes podemos llegar a ser-, creer en lo que haga falta para que nos acepten...en definitiva, ser socialmente lo que nos convenga, y a la vez, estimados o despreciados por esa cualidad-que la mayoría de veces no poseemos ni en un sentido ni en otro  y que se supone nos distingue de los demás, cuando en realidad nos identifica.
Quizá todos tengamos, en el fondo, las mismas necesidades cuando buscamos un mismo formato, es posible que partamos de una base común que se va transformando según van incidiendo las circunstancias en la persona. Es muy posible que la infinidad de experiencias que un ser humano vive a lo largo de su vida conformen su carácter y lo conviertan en único. También es muy posible que poseamos una carga genética que condicione, de algún modo, nuestras propias capacidades, cualidades y herramientas. Incluso que determinado aspecto físico ó mental( recuerden Forest Gump) condicione nuestra acción diaria, si somos más tontos o listos, feos o guapos, altos o bajos, calvos o disponemos de una gran melena. Todo, todo esto es posible...
La posibilidad implica libertad y elección. Desgraciadamente no podemos elegir muchas de  las cosas que vamos a vivir, algunas te tocan. Es producto del azar y de la buena o mala suerte, si existe. La familia es una de ellas.
Sin embargo, hay realidades comunes que con seguridad viviremos: Alguien me dijo que dijo un poeta: “sufrir también es vivir”. Y también la satisfacción, el placer y la alegría(de la que hablaremos la próxima semana).
Se me ocurre poder creer también en otro aspecto común: la normalidad: “dicho de una persona que se encuentra en su estado natural”.
Resumiendo, cualquier persona, se enfrentará en su vida a tres realidades ante las que no podrá elegir, ni cuando, ni dónde, ni cómo, ni qué cantidad le va a corresponder de: dolor...alegría...y salud.
Volvamos a lo posible: puede que la normalidad se asemeje mucho a lo que el ser humano a buscado siempre y durante toda su historia: la felicidad.
Cuando uno se pone a pensar seria y razonadamente en ella quizá llegue a la conclusión de que la felicidad no existe sino parcialmente, en pequeños momentos intensos, incluso en algún instante sublime.
Mi opción última es pensar que la normalidad, el sosiego, la armonía, coinciden con la felicidad – en algún otro momento de mi vida pensé que coincidía con estar dormido-. Ese momento en el que estamos tranquilos, bien en nuestra propia compañía, sin exigencias, ni altos ni bajos: normal. Esos momentos en el que cobraría sentido la frase de Montesquieu:”Habría que convencer a los hombres de la dicha que están disfrutando sin darse cuenta”.
Y si no me creen simplemente valoren lo que piensan cuando les viene un dolor intenso y luego desaparece.
Quizá la felicidad pase por estar contento de ser quien eres en cualquier circunstancia, sin más.
¿Quién sabe?

Abril 2007

1 comentario:

  1. Quizas la felicidad es algo que sólo somos capaces de apreciar cuando nos sentimos desdichados...cuando la hemos perdido la valoramos, entre tanto no nos damos cuenta

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